Desde pequeña he idealizado la felicidad como una meta, algo que nos está esperando al final de un largo camino de sufrimientos y obstáculos, con la sola idea de alcanzarla en algún punto y empezar a vivirla como en un cuento de hadas.
Al pasar el tiempo me fui dando cuenta que la vida en general es un conjunto de momentos buenos y malos, que se almacenan en nuestra memoria, y cada uno tiene que aprender a escoger coleccionar los momentos felices, que al final van formando parte de nuestro ser, en resumen la felicidad no es una meta que permanece permanentemente esperándonos al final de un largo recorrido, sino aquellos pequeños instantes que nos hacen sonreír durante el día a día.